19 diciembre 2008

El dedo medio de la casera

El viernes a las diez de la noche, el dedo medio de la mano de la casera se empezó a encoger. Lo notó cuando quiso tomar el vaso de martini y se le cayó.

- ¡Mierda!

Lo primero que pensó era que el vidrio estaba resbaloso, pero cuando se le cayó por segunda vez sintió un pequeño tirón dentro del dedo, como si fuera una marioneta manejada por su titiritero. Al principio, lo que más le molestaba era no poder beber su martini. Pronto se dio cuenta de que el asunto era mucho peor.

Pensó en culpar a los pensionistas que últimamente la sometían a un continuo estrés: no apagaban las luces a la hora fijada, alguno se quedaba viendo televisión hasta más tarde, otro llegaba borracho y vomitaba a la entrada de Villa Códice, el de más allá entraba sin limpiarse los pies después que ella había pasado el día envirutillando y encerando. Naturalmente, así, nadie podía vivir tranquila y alguna parte de su cuerpo debía resentirse primero. Fue el dedo medio de la mano derecha.

El médico que la atendió en el traumatológico no tuvo dudas:

- Es la edad, señora. Nada que hacer definitivamente. Podemos realizar algunos procedimientos, pero no sería raro que esto se repitiera.

No le creyó. Estaba más vieja, sí, pero no como para irse encogiendo de esa manera.

Al llegar a casa llamó a uno de los pensionistas del segundo piso y le ordenó podar el naranjo.

- Este dichoso naranjo tapa la luz del farol en la noche y no deja pasar la luz del sol.

- ¡Cómo se le ocurre! ¿Para qué quiere más luz en la noche? ¿Acaso la idea de plantar un árbol aquí no era tener algo de sombra en el verano justamente?- le gritó la de abajo indignada cuando escuchó la orden de la vieja.

El pensionista no sabía qué hacer. La casera le ordenó cortar las ramas del árbol. La estudiante gritó que no.

- Mira, pendeja, aquí mando yo.

- No, señora, acá también mando yo.

El pensionista fue retirándose porque, tal como lo pensó, la casera dirigía su mano hacia el cenicero otra vez y no quería que le llegara a él. La estudiante también la vio, pero se mantuvo firme. La vieja gozaba de antemano ver el cenicero sobre la cabeza de la estudiante, disfrutaba por adelantado el aroma de la sangre o, al menos, escuchar el ruido de los vidrios del ventanal de la joven quebrarse y derrumbarse sobre el piso.

Al tomar el cenicero para lanzarlo, se le cayó. Ahora, además del medio, el dedo meñique se comenzaba a contraer.

La estudiante lanzó una carcajada que aumentaba la risa verdadera. No había visto tanto odio en la vieja ni tampoco tanta impotencia al mismo tiempo.

La casera se enderezó. Giró y, al tiempo que entraba en su piso, le ordenó al pensionista cortar el árbol y amarrrar los jazmines que subían por los muros.

No quería ver ningún cuerpo libre.

1 comentario:

Cristian dijo...

Que pasa Piederit que se cansó la pluma?