13 diciembre 2008

Carne

Su carne era lo que le envidiaba.

A través del cristal empañado en verano podía verla transitar de un cuarto a otro en la planta baja. Aún así, su carne se dejaba esbozar bajo los camisones que caían con descuido, el balanceo de las nalgas abundantes, las caderas anchas, las piernas que dejaban caer su peso sobre los asientos, los brazos anchos, el vientre abultado como la colina de una venus atlética, toda era curvas prodigiosas de carne, carne, era pura carne sonrosada, cuando se volteaba, cuando se arrodillaba, cuando se agachaba.

No podía dejar de imaginarla desnuda cuando gritaba en las noches, la sabía bajo el cuerpo de un hombre y veía la carne apretarse contra las sábanas o contra los músculos de otro cuerpo, sentía las vibraciones musculares, ínfimas, ondulantes, como el agua interrumpida por el golpe de una piedra, suave y opresora, lacerada por la gravilla del fondo, acariciada por las algas, siendo materia acuática en cada pedazo de piel multiplicado por la bondad de sus volúmenes carnales.

No podía resistir cerca de ella tanta carne. La odiaba por ello. Al encontrarla en el patio de Villa Códice, regando el jazmín que se alzaba sobre el muro de su costado, se le acercó y la tocó. Puso su mano añosa sobre el vientre de la de abajo. Su cuerpo revivió a los deseos de juventud, en apenas unos segundos recordó el orgasmo hasta el desmayo, deseando poder deslizar la palma hasta la entre pierna apretada de la otra. La de abajo, sobresaltada, la miró.

- ¡Por Dios que has engordado últimamente!- exclamó, la sonrisa detenida en el rictus cínico, la barbilla apenas conteniendo en estertores la excitación, mientras retiraba la mano de la carne de la otra.

Algunos instantes, la de abajo se quedó perpleja. El aroma del jazmín brotó al contacto del agua.
Entonces reaccionó:

- Sí. Mejor eso que una vieja seca a la que solo se le ven los huesos bajo la piel.

- Ah, pero tú todavía eres muy joven para estar tan "gordita".

- Y usted lo suficientemente vieja para estar seca... por todos lados.

La casera sostuvo la mirada, el costado derecho de su cuerpo temblando sin voluntad, con un párpado que se le caía.

- ¿Viste lo lindo que está mi jazmín? Mañana te doy una vitamina para que el tuyo mejore de aspecto.

- Sí, claro.

La casera entró en su casa apenas arrastrando una pierna sin mirar para atrás. Se tocó la cadera y solo sintió un hueso punzante en su mano.

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