La Artífice, desde su blog, me ha pasado esta cadena de los cinco extraños hábitos. Confieso que habría sido más fácil si me hubiesen pedido que fueran malos como leí en otro blog, pero, vamos, extraño ¿qué puede ser realmente extraño? Busqué en mis conductas algún síntoma de extrañeza y, después de todo, llegué a la conclusión de que soy una persona muy común con muchas malas costumbres, pero las misma de todos; sin embargo, enumero las posibles siguientes extrañezas que se repiten como un hábito:
(1)
Al entrar a mi casa se le pide a las visitas que se saquen los zapatos. No sé desde cuándo tengo esta costumbre que, desde que la mayoría se resistía, opté por limitarla al segundo piso. Probablemente la adquirí de mis demasiados años de judoca, donde para entrar al tatami, especie de suelo sagrado, hay que sacarse el calzado y saludar con una venia.
(2)
Me baño todas las noches, esté como esté, muy cansada o borracha, es un paso en el que soy intransigente, incluso con mis amantes. Mi madre me dice que es una costumbre adquirida durante la Unidad Popular donde, por alguna razón, mi padre y ella encontraron que era más expedito bañarse de noche que en las mañanas. Al pasar el tiempo, tal vez también por la influencia japonesa del judo, se transformó en una medida de higiene ¡qué asco acostarse sucia y transpirada en mis blancas sábanas!
(3)
Demasiado frecuentemente pienso que la solución a mis conflictos humanos es huir. Tomo una mochila con unas cuantas cosas indispensables, generalmente poco útiles, y parto donde el viento o la generosidad de otras personas me lleven. Una vez que me he marchado, no es necesario que pasen muchas semanas para que empiece a extrañar mi casa. Entonces vuelvo con la sensación de que no he solucionado nada, pero que lo pasé bien lejos de todos.
(4)
En esos mismos viajes suelo carecer de ropa de abrigo, así me esté yendo al polo mismo. No sé por qué me cuesta tanto echar un suéter, calcetines y saco de dormir, así que invariablemente termino pasando mucho frío.
(5)
Y también llevo mis cámaras fotográficas, croquera, conjunto de lápices gráfito, cuadernos de notas y varios libros para leer en la tranquilidad que encontraré durante el viaje. Las cámaras pesan y no traen recuerdos de viaje o, por lo menos, no los suficientes que ameritan el peso de ellas, sobre todo la cámara mecánica a la que, además, debo llevarle el exposímetro. Me sucede que una vez fuera no quiero perder tiempo en enfocar una situación cuando hay cientos igual de interesantes a mi alrededor y me parece que el uso de los sentidos es la mejor forma de preservar el recuerdo, aunque después, sin variación, termino lamentando no tener una fotografía de tal lugar o hecho. Demás está decir que tampoco encuentro la calma y el tiempo para sentarme a croquear o escribir ni menos para leer. Al final, mi mochila es una fardo de útiles que nunca ocupo.
Ahora el problema es que no encuentro cinco blogueros amigos a los que le pueda pasar esta tarea (y que no la hayan hecho ya), así que aquí van dos: Maestro de Radio Imaginaria y Malayo
08 febrero 2006
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1 comentario:
sacarse los zapatos...esda si es extraña...
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